«A la Purísima Concepción de Nuestra Señora» de Luis de Góngora

GLOSA:

Si ociosa no, asistió Naturaleza
incapaz a la tuya, ¡oh gran Señora!,
concepción limpia, donde ciega ignora
lo que muda admiró de tu pureza.

Diganlo, ¡oh Virgen!, la mayor belleza
del día, cuya luz tu manto dora,
la que calzas nocturna brilladora,
los que ciñen carbunclos tu cabeza.

Pura la Iglesia ya, pura te llama
la Escuela, y todo pío afecto sabio
cultas en tu favor da plumas bellas.

¿Qué mucho, pues, si aun hoy sellado el labio,
si la naturaleza aun hoy te aclama
Virgen pura, si el Sol, Luna y estrellas?

«Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor» de Góngora

Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;

pero más fue nacer en tanto estrecho
donde, para mostrar en nuestros bienes
a dónde bajas y de dónde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.

No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío,
del tiempo, por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad con pecho fuerte

(que más fue sudar sangre que haber frío),
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios a hombre, que de hombre a muerte.

«Al monte Santo de Granada» de Góngora

Este monte de cruces coronado,
cuya siempre dichosa excelsa cumbre
espira luz y no vomita lumbre,
Etna glorioso, Mongibel sagrado,

trofeo es dulcemente levantado,
no ponderosa grave pesadumbre,
para oprimir sacrílega costumbre
de bando contra el cielo conjurado.

Gigantes miden sus ocultas faldas,
que a los cielos hicieron fuerza, aquella
que los cielos padecen fuerza santa.

Sus miembros cubre y sus reliquias sella
la bien pasada tierra. Veneradlas
con tiernos ojos, con devota planta.

Cómo De entre mis manos de Quevedo

¿Cómo De entre mis manos te resbalas.
o cómo te deslizas, vida mía?
¡qué mudos pasos trae la muerte fría,
con pisar vanidad, soberbia, y galas!

Ya cuelgan de mi muro sus escalas,
y es su fuerza mayor mi cobardía;
por nueva vida tengo cada día
que al cano tiempo nace entre la salas.

¡O mortal condición de los humanos!
que no puedo querer ver a mañana,
sin temor de si quiero ver mi muerte.

Cualquier instante de esta vida humana
es un nuevo argumento, que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.

Pide a Dios le de lo que le conviene con sospecha de sus propios deseos de Francisco de Quevedo

Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, la ánima mía;
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.

Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,
y temo que hallaré la muerte fría
envuelta en (bien que dulce) mortal cebo.

Tu hacienda soy; tu imagen, Padre, he sido,
y, si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mi partido.

Haz lo que pide verme cual me veo,
no lo que pido yo: pues, de perdido,
recato mi salud de mi deseo.
 

Most Reading